El
Día de Reyes
Estoy sentado en el
sillón de mi cuarto, es 7 de noviembre de 2017. Me está bajando un dolor de
cabeza terrible, que me tiene tenso desde el cuello hasta el pómulo izquierdo
de mi cara, cruzando mi ojo y el puente de mi nariz; y entre tanto, recuerdo un
6 de enero de hace 16 años.
Estaba en casa de mi
abuelita, era de tarde y tenía desde la mañana de estar ahí. La luz de la tarde
entraba por todo lado a la sala; las ventanas, con las cortinas de encaje
recogidas parecían transparencias en medio de tanto resplandor. Al fondo sonaba
el televisor del cuarto de mi tío que estaba viendo canal 7, si no me falla el
recuerdo, en el comedor estaba un plato de almuerzo recién acabado, huevo
pasado por agua y arroz, lo único que comía en casa de mi abuelita cuando era
pequeño, eso y chuleta con jalea de piña o mora.
Mi tío llegó y se sentó
conmigo, porque le dije que jugáramos a algo, y el siempre tan diligente y
paciente con sus sobrinos, me dejó traerme unos libros de pintar y unos lápices
de su cuarto. Nos sentamos en el comedor y estábamos pintando, mientras él me
preguntaba por la escuela, mis amigos, la maestra y me decía de su novia, su
amor y todo lo que había pasado en la casa ese día.
Al fondo del comedor,
conectado a la sala, hay un pasillo que va a los cuartos y en el fondo, en su
cuarto, estaba mi abuelita, haciendo que se yo. Rezando, jugando con unas
pelotas chinas o viendo la tele, lo de siempre; cuando sonó el timbre. En la
puerta, estaba mi mamá, que venía llegando del trabajo, con cara de alivio,
porque ya era viernes y con muchas ganas de vernos a todos.
Corrí a la puerta y me
estiré lo más que pude para alcanzar el botón que abría el portó eléctrico,
siempre he sido un chico alto, pero en ese entonces aún era muy pequeño y no
alcanzaba. Entonces mi tío Eduardo, se levantó de la silla y le abrió el portón
a su hermana; mi mamá empujó el portón y luego lo cerró, subió las graditas
grabadas con las iniciales de su papá, y abrió el portón de cedazo que cubre la
puerta de madera, que ya estaba abierta.
Entró a la casa y saludó
a su hermano menor, le dio un beso en la mejilla y se agachó para saludarme a
mí, a la distancia sonaban los pies de mi abuelita que recorrían el pasillo de
los cuartos. Hola mamá, ¿Cómo estás? Le
dijo mi madre a mi abuela, ella le contestó Bien
¿Y vos? Y mi mamá respondió que bien, luego de eso mi mamá pasó al comedor,
dejó su cartera café en una silla y se puso a hablar con abuelita.
De vuelta al presente,
estoy sentado nuevamente luego de hacer una pausa para cenar con mis papas,
estoy escuchando Violent Femmes y la canción va “third verse same as the first” y entonces el recuerdo se alza en
mi memoria y volvemos al pasado, una semana antes del Día de Reyes y estoy en
mi casa, sentado, en el cuarto de mis papas frente al tele, viendo Nickelodeon
Latinoamérica y pasan el anuncio de Día de Reyes, hecho con plastilina y
grabado con stop motion.
En el anuncio, los niños
ponían sus zapatos en las ventanas, esperando que los Reyes Magos les dejaran
sus regalos; pero había un chico, que solo tenía un zapato y se asustaba al
pensar que le dejarían medio regalo; este lo buscó con apuro y no lo encontró,
se fue a dormir y la sombra de un hombre coronado apareció en la noche, dejando
un presente en la ventana. Cuando el niño lo abrió, encontró un carrito y su
otro zapato envuelto en papel ceda y el anunció concluyó con la frase “No olvides que los reyes también son
magos”.
Para mí ese anuncio era
muy raro, pues en mi familia no se celebraba el Día de Reyes, o por lo menos
eso creía, cuando le pregunté a mis papas, ellos me dijeron que cuando ellos
eran niños, en lugar de ser una celebración tan grande como en España, México u
otros países de Latinoamérica, en sus casas usualmente les daban un regalo
pequeño como una pieza de repostería. No comprendía bien la idea de tener un
día tan parecido a la Navidad tan cerca, pero no me pareció tan extraño al
escuchar que los países que se celebra Día de Reyes usualmente no se dan
regalos en Navidad y que según las historias los Reyes Magos duraron más tiempo
en llegar con sus regalos al pesebre.
El tiempo avanzó, una
semana, para ser exacto y estoy de nuevo en la sala de la casa de mi abuelita.
La escena se resume, la luz inundaba la sala y el comedor; mi abuelita que
estaba hablando con mi mamá, se fue a su cuarto un poco apurada. Mi mamá me
dijo JuanCa ya nos vamos, para ir a tomar
café a la casa y hacer la comida de la noche. Y justo cuando mami terminaba
de decirme eso, por el umbral de la puerta del pasillo emergió abuelita, con un
regalo envuelto en las manos y se acercó a mí y me dijo Aquí le dejaron los Reyes Magos. Desde luego, como cualquier niño
de cinco años, me emocioné y abrí el paquete. En mis manos tenía una pistola
gris con luces rojas y un gatillo que al presionarlo hacía el sonido de un
laser al mejor estilo de las pistolas de películas Sci-Fi y mi tío me dijo Que
lindo JuanCa, que le dure.
Empecé a estripar el
gatillo una y otra vez, era un poco incómodo, porque no le había quitado el
empaque plástico, pero no importaba, porque era un regalo de los Reyes Magos y
me sentía como el niño del comercial, porque el día anterior había dejado mis
zapatos en la ventana, esperando un regalo, aunque pensaba que como había
pasado Navidad no me iban a dar nada. Así que tener esa pistola en mis manos
era lo mejor del mundo, pues los reyes
son magos y jugar con su sonido laser era genial.
Hoy, 07 de noviembre de
2017, sentado en mi sillón, escuchando ahora Natalia Lafourcade, recuerdo con
mucho cariño el regalo de mi Rey Mago personal, mi abuelita, que con mucho amor
me dio ese juguete y me cuidó durante tantos días de mi infancia.
-Gracias
Corina-
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